miércoles, 28 de diciembre de 2011

Perros

Ayer escuché a un perro que aullaba. Se había cortado la luz, era tarde y el silencio de los equipos eléctricos y la luz de las velas hacían que el aullido del perro fuera lo único que existía. Era un aullido largo, medio ronco, se estiraba a la vez que se hacía más agudo, aparecía con un frecuencia despareja. Pero nunca dejaba de aparecer. En algún momento recordé que yo sabía ladrar. Ladrar. Ladrar y aullar. Es así, real. Puedo apostar que si ladrara en este mismo momento algún perro me contestaría. Entonces, el perro, lejano, en algún lugar cerca de la ventana, seguía aullando. Miré alrededor aunque nada pudiera ver porque las velas habían disminuido su intensidad. Me di cuenta que estaba sola, a oscuras, en una habitación que no me pertenecía. Busqué el marco de la ventana. Volví a escuchar y pensé que éramos dos los perros que aullaban.