miércoles, 18 de junio de 2014

A fish out of water


Obra de Deborah Hamon

A fish out of water fue el nombre que le puse a la monografía que escribí sobre Terence Rattigan. Hace unos años, me di el gusto de cursar Literatura inglesa. El programa de ese año era sobre teatro. Sino fuera por eso, no hubiera conocido a mi dramaturgo preferido, autor de unos cuantos melodramas fantásticos. Entre esos melodramas, yo elegí Deep Blue Sea: una mujer separada, deprimida y enamorada de un borracho, intenta suicidarse y es rescatada por un vecino misterioso y solitario. En algún momento de la obra, la mujer se define como un pez fuera del agua.
El proyecto narrativo en el que estoy trabajando ahora se trata de una serie de cuentos que tienen como materia prima el exilio y la vuelta a la Argentina de mi familia y yo. Como retazos que aparecen muchas veces primero en sueños, luego en conversaciones con mi padres y por último en dichos cuentos, está la niña judía que fui aprendiendo a rezar el Padre nuestro en el colegio católico de Caracas y la prepúber extranjera en Buenos Aires que hablaba como Abigail y volvía a casa lastimada porque había que defenderse de los chicos que se burlaban. Un pez fuera del agua.
Claro que, como en el teatro, un pez fuera del agua puede ser dramático o cómico. En las clases de Ritmos Latinos, el profesor se mueve como en trance mientras las chicas siguen los pasos exaltando sus cuerpos elásticos. Bailan y saltan sin perder la memoria de la coreografía, siguen los tiempos y hasta sonríen con la mirada en alto. No es mi caso. Trato de copiar al rato que freno y espero que pase la parte complicada del giro. Me sumo de nuevo y voy a la derecha cuando extrañamente el grupo se mueve a la izquierda. Todo de nuevo, dice el profesor, y ahí estamos otra y otra vez tratando de ir a la par del grupo. Cada vez que me voy, agradezco que nadie me conozca.
Como sea, una mujer deprimida y borracha, una niña extranjera, unos padres aguerridos, un papelón en danza, es cuestión de seguir moviéndose, andar y andar, y hacer que ese océano feroz se convierta en algo tuyo.


lunes, 26 de mayo de 2014

El paraíso

El bebé miraba a cada mujer que entraba. Luego volvía a mirar a las que estaban más cerca, las que se desvestían a un metro de él. Observaba cómo se desabrochaban el corpiño y se subían la malla. Se reía. Por todos lados, mujeres que iban y venían, desnudas, semidesnudas, en malla, en remera, en toalla. Entraban, salían. Cada una de ellas reparaba en él. Le sonreían. Algunas, incluso, le hablaban, lo festejaban. Su mamá también se estaba preparando para ir a la pileta con él. Era impresionante lo bien que se portaba. Cómo se reía. Su cabecita monitoreaba todo lo que pasaba en el vestuario. Toda esa diversión antes de entrar al agua era para él el paraíso de la teta.

martes, 22 de mayo de 2012

La melancolía como revolución


(texto leído en el varieté literario del cc matienzo)

Frente a la consigna de escribir algo acerca del concepto de revolución y, más precisamente, la revolución propia, en su momento, tuve varias ideas que me entusiasmaron y luego descarté o, más bien, ellas se descartaron. Había pensando en principio tomar la idea de revolución con respecto a las mujeres y había imaginado un texto gracioso sobre las vicisitudes de ser mujer y enfrentar en muchas ocasiones cotidianas situaciones increíblemente absurdas y ridículas en pleno siglo XXI. En otro momento, había considerando tomar la posta desde el aspecto de la escritura en sí; nada más revolucionario en un sentido personal que escribir. Digo, escribir específicamente bien, en el sentido gramatical y sintáctico. Hay algo en la mente que se vuelve a tejer, a configurar, como consecuencia de poder escribir y expresarse correctamente.
Pero, sinceramente, nada de esto me pareció suficientemente atractivo para escribir. De lo que sí estaba segura era de que no quería tomar la palabra revolución es su acepción más clásica, o más típica, que es la política y social. Y además, tampoco quería pensarla como algo productivo o positivo per se.
  Se me ocurrió entonces, comentarle a dos amigos lo que quería hacer con revolución. Uno me acusó de banal, el otro estuvo más medido. Por supuesto que el que me tomó por banal era el que creía fervorosamente en una única posible interpretación de la palabra revolución: la política y social que trae cambios positivos o, al menos, se hace con la expectativa de generar nuevas relaciones sociales. Mi otro amigo, con respecto a la idea de revolución fue un poco más escéptico; simplemente se pronunció citando la frase que dice “cambiar algo para que todo permanezca igual”.
Se generó una discusión en torno al significado de revolución, acudimos al maravilloso diccionario de mi amigo escéptico y, entre las varias definiciones de revolución, apareció la que más se acercaba a mi idea. Mi amigo dijo: “acción y efecto de revolver o revolverse”. Y ahí estaba esa palabra hermosa: “revolverse”. Algo que sucede adentro con uno mismo. Me revuelvo. Estoy revuelta. La palabra simplemente como un concepto, un artefacto, una maquinita, una estructura, un funcionamiento que se pudiera aplicar a otras cosas. Lo que trataba de decirles es que la melancolía también podía verse como un estado revolucionario. ¿Qué otra cosa nos da vuelta en todos los sentidos sino un profundo y repentino sentimiento de tristeza? Algo que nos subvierte, que nos desordena y nos altera nuestro modo de estar y sentir la vida.
Si por revolución podemos entender efecto de revolverse, cambio rápido y profundo en cualquier cosa (a veces de manera violenta), rotación de un cuerpo alrededor de otro, entonces puedo decir que la melancolía es una cambio violento en nuestra manera de sentir. Todo se mueve, qué dudas hay. Se nos mueve el piso, miramos para atrás y las cosas de pronto parecen terriblemente intensas, importantes, enormes, trascendentes, alejadas, perdidas. De golpe, apreciamos infinitamente un cuadro, un regalo, la remera de un ex, el teléfono que suena, el silencio, una lechuga verde fosforescente en nuestra heladera, nos sentimos conectados a las cosas, a la vida de una forma diferente, la lechuga nos parece intensamente viva, pensamos en la vida de la lechuga, cómo hizo esa lechuga para terminar en una heladera, sentirá algo si me la como, qué sentido tiene comerme la lechuga ahora y no después, por qué debo comer lechuga, es cierto que la lechuga aporta calcio, y así al infinito. Todo se potencia, hay una intensidad furiosa en la tristeza y una atención enorme en cosas nimias. Como si la mirada en vez de proyectar para adelante proyectara para atrás. Y estamos varados en medio de una isla, a solas, rodeados de olas y olas de sin sentido. Nuestra vida cotidiana está tomada por este estado revolucionador; ahora nos toca salir a trabajar con la mirada en el piso, alguien te pregunta en la oficina; ¿che, boluda, te pasa algo? ¿estás deprimida? Y vos, con la mirada aletargada respondés: no, estoy revolucionada. Y es así. Como un lavarropas en centrifugado en nuestro estómago y nuestra mente que se apodera de todo. Empiezan las preguntas circulares, las batallas insulsas, los amados que se los ama más intensamente al rato que se los odia, una moneda que falta para el colectivo nos deja a la intemperie en medio de la calle, una pregunta como ¿qué hora es? se vuelve un problema filosófico. La gente empieza a preocuparse y vos pensás, sólo pensás, que simplemente tenés derecho a transcurrir en ese revoltijo interior que tantas veces hace que las cosas se acomoden de formas inesperadas. Además, la tristeza no es tan improductiva como algunos dicen. Hay toda una corriente de pensamiento que dice que en esos estados algunas personas tienen cierta pulsión poética. Y sí, no es la única manera, pero es una de las maneras posibles que tantos poetas nos ha dejado. Por eso, revolución para mí es revolverse en los estados más complejos de las sensaciones y, claro, resurgir con la misma fuerza que nos hundió, para volver a andar por la vida livianos, felices y con una mirada de las cosas novedosas.

lunes, 9 de abril de 2012

Cae la noche invernal

Así es, el verano fue promesa, ahora asoma el otoño que invariablemente traerá al invierno y pronto estaremos escondidos entre frazadas.
Tengo una suerte de orgullo por amar y preferir el verano. El verano coincide con la interrupción del calendario escolar y laboral. El verano coincide con el pasaje de un año al otro. Suele suceder que el año comience y haga calor. Las cosas que nos suceden en ese tiempo parecen más livianas porque no tienen el peso de ocurrir, pongamos, en Julio, Agosto, que es cuando el año ya -no promesa- es. "Esto es en serio", "Esta es la marca que definirá tu año", pareciese que una voz en una noche de frío nos dijera a oscuras, en silencio.
Por ejemplo, si te separaste en verano, es muy probable que tal evento, por suceder en Enero, Febrero, venga acompañado de grandes expectativas, de un aire renovado -para qué tantos sinónimos-, de esperanza. Esperanza e ilusiones de estar felizmente solos otra vez o felizmente con ganas de conocer gente. Lo que sea, pienso que el calor y una separación, cuando van juntos, no pueden ser deprimentes. En cambio, si esto sucediera en invierno, en pleno día a oscuras que comienza a las 6 de la mañana, con mucho frío y pocas ganas de salir de casa, imaginen con qué ganas se puede encarar la soledad o la intención de conocer gente.
El verano es, a su vez, el sol. Si hacemos una analogía con los astros, claramente -valga esa redundancia- el verano está gobernado por el Rey Sol. El sol es el eje de los astros, lo sabemos. El sol está asociado al fuego. El fuego gobierna a Aries que está regido por Marte, el planeta asociado al dios de la guerra en la mitología greco-romana. Eso, el verano es ligereza y guerra a la vez. Aventura. Energía. Valen las fiestas hasta tarde. ¿Por qué? Porque hace calor, es obvio. Valen los amantes sin demasiada pena, ¿por qué? Porque no hay nada mejor que hacer. Vale reírse de todo porque total no es en serio. No.
Nadie te pide rendiciones en verano, por ejemplo, las administradoras de edificios no hacen las rendiciones en Enero, ni en Febrero, ni en Marzo. Las deudas no se pagan en verano. Nadie se ofende si no vas a tal evento, compromiso, etc. "Estoy de vacaciones". El mail laboral responde automaticamente "Estaré fuera de la oficina". Y así. No hay reproches. No hay reproches y hay esperanzas porque todo está por comenzar.
En cambio, el invierno es otra cosa. Los mismas situaciones del verano en invierno toman otra intensidad. No es gracioso tener deudas en invierno. Las reuniones de cualquier índole a las 7 de la tarde cuando ya está oscuro son deprimentes. Las expensas para ese entonces habrán aumentado 10000000 por ciento. Ni hablar de la soledad. La soledad con frío es otra cosa. En verano te despatarrás porque, claro, hace calor, pero en invierno te hacés un ovillito para mantener mejor el calor. La ausencia de otro se hace más evidente con el ovillito, no así con el despatarraje veraniego. Las fiestas está de más decir que duran menos, o duran poco, porque al rato tenemos frío y estamos aburridísimos de la misma sarasa de siempre y entonces llamamos al radiotaxi y nos fugamos a nuestra amada soledad que nos deparará nuevamente la posición ovillito.
Ya cerca de Julio, mes 7 del año, diremos: "Se termina el año". ¿Cómo puede ser, si recién había comenzado? ¿Cómo puede ser si todavía no usé la malla que me compré en Febrero? Para Agosto es probable que estemos un poco desilusionados, hartos, fastidiados de la -como decía- sarasa de siempre. La soledad es una gran mierda y seguir conociendo nabos es más deprimente aún. Se da así comienzo a una serie de preguntas: "Dios mío, ¿qué hice mal?, ¿para qué me separé?, ¿porque tengo tantas deudas?, ¿el administrador es un forro de cuarta o soy yo que no sé expresarme?, ¿a quién mierda le importa lo que piense el administrador?, ¿da salir a caminar con este frío?". Y luego de esta sesión de latigazos autoinfligidos uno no tiene más que tirarse en la cama, esconderse entre frazadas y hacerse ovillito autodefensivo.
¿Qué nos queda, entonces, para el invierno? Sólo esperar, desear, que llegue la primavera rápido así vuelve el verano y, una vez que llega, pedir que se desarrolle con la lentitud del invierno.

domingo, 4 de marzo de 2012

Twitting

lo mío no es más ni menos que una posición.

confirmado: hay gente pelotuda.

¿alguien recuerda algo de aquel mundo donde la gente se enamoraba?

me invitaron al banquillo de los acusados y dije no.

já: imaginen cuando hablar de "hacer público lo privado" sea una anacronía.

buen día, principio de realidad.

la intuición de saber que se está frente a una especie de robot.

¿cuántas desilusiones a la vez se pueden remar?

how i became a warrior.

no me banco a mis emails.

ahhhh, los obstáculos de tener ambiciones que superen la infraestructura...

ya era hora de deprimirme, estaba preocupada.

bots rusos spammers, ¡no me peguen! ¡soy ana pávlovna!

qué linda es la paciencia.

hoy me comí una muza en la barra de kentucky rodeada de muchachos, fui western by myself.

triste cuando los amigos tienen opiniones sobre la economía de uno.

estoy fundando mi religión y mi reino.

lunes, 23 de enero de 2012

Momentos de Verdad



El Gato Mazzeo —mi maestro de literatura, mi amo y señor, Herr Professor— me dijo la última vez que hablamos por teléfono que tengo que escribir. Bah, dijo que no tengo que dejar de escribir. Que, más allá de los grandes textos que uno pretende escribir o, al menos, esos pequeños textos donde uno pone las fichas —llámense cuentos, novelas, poemas, blah— hay que seguir escribiendo misceláneas. Cosas, cositas al margen, notas, apuntes, frases, posts en el blog, lo que sea. Que hay que ejercitar. Que en la práctica se hace el escritor. Que, después, todo ese sudor y lágrimas decanta en los textos que ambicionamos literatura.
¿Cómo era aquella frase? ¿El guerrero se hace en la lucha? ¿Diez por ciento de inspiración, noventa por ciento de transpiración? ¿Algo del entrenamiento y no sé qué? El punto es… escribir y escribir. Extensión. Extenderse a lo largo de esa azarosa estructura que se va haciendo mientras seguimos tipeando. Y mientras seguimos transpirando y lagrimeando. ¿Y todo esto para qué?
Barthes tiene un concepto pertinente para este asunto: Momento de Verdad. Escribimos con la esperanza, con el anhelo de que en el texto aparezcan Momentos de Verdad. Aguantamos oraciones perfectamente puntuadas, párrafos de innegable belleza gramatical, diálogos ingeniosos, comas bien puestas, repeticiones adrede, cadencias, resoluciones estilísticas, buen manejo del tiempo, decisiones sobre el punto de vista, todo, todo esto y más, sólo para que ocurran, sucedan los Momentos de Verdad. Y dice Barthes acerca de estos momentos tan preciados en un texto literario:
En el plano del tema. “Momento de Verdad: desgarramiento emotivo, grito visceral (sin expresión histérica): el cuerpo se reúne con la metafísica (el conjunto de los sistemas que intentan trascender el sufrimiento humano).”
“En el Momento de Verdad el sujeto (leyente) toca el ‘escándalo’ humano: que la muerte y el amor existan al mismo tiempo.”
En el plano de la escritura. “Momento de Verdad: solidaridad, complicidad, firmeza del afecto y de la escritura, bloque intratable.”
“El Momento de Verdad no es develamiento, sino por el contrario surgimiento de lo ininterpretable, del último grado del sentido, del después de lo cual no hay nada que decir: de allí la filiación con el haiku y la Epifanía —los dos planos (el del sujeto que sufre y el del sujeto que lee) forman uno en el nivel de una noción: la Piedad.”
“Momento de Verdad: cuando la Cosa misma es alcanzada por el Afecto; no hay imitación (realismo), sino coalescencia afectiva.”

En algún momento de la conversación en la que el Gato me instó a seguir escribiendo, dije: “Escribir y enamorarse son la misma cosa”. Aguantamos con la paciencia de un monje todos los “Hola, ¿cómo te llamas?”, “Mañana”, “Puede ser”, “Qué lindo”, “Ajá” de nuestras vidas con el anhelo, la esperanza, de que ocurra algún Momento de Verdad. Soportamos todas nuestras miserias, humillaciones, rutinas, presiones, destratos, con la ilusión de que algo trascienda, se escurra, se filtre de esa gramática de las relaciones que hemos construido entre desazón y desazón. Aspiramos a ese bloque intratable, a ese grito visceral, a esa cosa que pasa cuando dos personas se encuentran. Cuando se encuentran. No mímicas, no puestas en escena, no monólogos autoparlantes o, como dicen Iggy Pop y Kate Pierson en “Candy”: not games. Vínculos, relaciones, estructuras con momentos de solidaridad, complicidad, coalescencia afectiva. Con Momentos de Verdad.
Por eso uno se arroja a la escritura, por eso uno se arroja a los brazos de otro. El escritor se hace en la lucha y el amante se hace en el cuerpo del otro. Sin ensayo y error no hay literatura. Y no hay amor.

miércoles, 11 de enero de 2012

Mujeres

En memoria de mi querida madrina Patricia Israel.

Pasan; un gesto se estampa contra el vidrio.
Sonríen con la lengua para abajo.
Me dice: el feminismo es una pavada.
Le digo: Simone de Beauvoir dice que anatómicamente estamos preparados para hacer lo mismo.
Le digo: sólo que a las chicas no se les enseña a competir y a someter.
Me dice: es la naturaleza, las mujeres cuidan la cría.
Le digo: depende qué especie.
Me dice, le digo, me dice, le digo:
las leonas salen a cazar.
Leonas.
Veo mujeres con antejos negros.
¡Es por el sol!
Los anteojos negros sirven para llorar.
Voy al analista con anteojos negros para llorar en paz.
Una mujer en el colectivo se da cuenta que lloro atrás de los anteojos negros.
Le digo: quiero llorar con ruido.
Julie dice: I gave you a house and you didn't haunted.
Anna dice: Cuando escuches el trueno me recordarás / Y tal vez pienses que amaba la tormenta... / El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí / Y el corazón, como entonces, estará en el fuego. Esto sucederá un día en Moscú / Cuando abandone la ciudad para siempre / Y me precipite hacia el puerto deseado / Dejando entre ustedes apenas mi sombra.
Cindy dice: girls wanna have fun.
Luz dice: te deseo que tengas un hijo.
Madre dice: la vida de a dos es más fácil.
Linda Goodman dice: la mujer de Aries es como Scarlett O'Hara.
Scarlet O'Hara dice algo mientras se hace un vestido con las cortinas.
Pienso: tengo que comprar cortinas, no puedo vivir en esa casa desnuda.
Pasan;
la mujer del bar que trata mal a las mujeres con escote, la mujer casada que odia, la mujer con hijo que se regodea con la cría, las mujeres que piensan que las mujeres no pueden ser amigas de las mujeres.
Incluso ellas.
Todas las mujeres.
La que llora cuando se toca.
Todas las mujeres,
a la noche,
en la cama,
bajo la almohada,
piensan en caricias de sol
que les toque la cara.

Para ti, Patricia: mujer de mujeres.



Aphrodisia, 1995. Acrílico en canvas. Patricia Israel.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Perros

Ayer escuché a un perro que aullaba. Se había cortado la luz, era tarde y el silencio de los equipos eléctricos y la luz de las velas hacían que el aullido del perro fuera lo único que existía. Era un aullido largo, medio ronco, se estiraba a la vez que se hacía más agudo, aparecía con un frecuencia despareja. Pero nunca dejaba de aparecer. En algún momento recordé que yo sabía ladrar. Ladrar. Ladrar y aullar. Es así, real. Puedo apostar que si ladrara en este mismo momento algún perro me contestaría. Entonces, el perro, lejano, en algún lugar cerca de la ventana, seguía aullando. Miré alrededor aunque nada pudiera ver porque las velas habían disminuido su intensidad. Me di cuenta que estaba sola, a oscuras, en una habitación que no me pertenecía. Busqué el marco de la ventana. Volví a escuchar y pensé que éramos dos los perros que aullaban.

viernes, 25 de noviembre de 2011

La mujer que ama a Beckett

Hoy encontré esta nota de Joe Broderick sobre Beckett y las mujeres que lo amaron, vía twitter de @FundacionTEM y @Malpensante. Me dio muchas ganas de escribir sobre la nota y lo conmovedoras que me resultaron algunas cosas. La nota está escrita con un dejo de espesor denso, tan beckettiano. Pero mi ánimo creo que no está para espesores y densidad, así que -como no quiero dejar de mencionarla- por ahora voy a citar algunos fragmentos y a escribir breves comentarios de tipo JAJA.
La nota, sin dudas, vale la pena leerla de comienzo a fin.



"En esa pequeña comunidad de refugiados conocieron a Henri Hayden, un pintor polaco-francés de sesenta años, y a su esposa Josette, mucho más joven que su marido. Beckett se hizo amigo de la pareja y con Hayden pasaba horas jugando ajedrez y hablando de arte y literatura. Los dos matrimonios formaron una amistad duradera; pronto prometieron seguir viéndose con regularidad después de la guerra. Mientras tanto, Beckett había advertido que Josette se estaba enamorando de él. Era demasiado evidente. Pero tal vez por su estrecha amistad con el pintor nunca se permitió ni siquiera un flirteo con ella.(realmente un  gentleman, Beckett).


"Han pasado unos meses desde mi encuentro con Francesca, y hace poco ella me escribió para contarme que el documental ya había sido editado. Contiene no solo las reminiscencias de Josette Hayden y sus recuerdos de Beckett, sino muestras de sus pinturas y dibujos, pues también era artista. Sin embargo, siendo el tema central ese amor vivido intensamente sin alcanzar nunca el objeto de su deseo, Francesca Ragusa bautizó su película con un título más que sugerente:Avec toi sans toi (“Contigo pero sin ti”)." (sin palabras).


"Primero en Lucia, la hija de James Joyce. Ella cayó bajo el embrujo de Beckett en París al inicio de la década de los veinte. Eran muy jóvenes; él estaba recién llegado de Dublín y tenía veinte y pico de años. Junto con otros escritores, muchos de ellos irlandeses, frecuentaba el apartamento de Joyce y su familia. Para entonces Joyce estaba dedicado a la gigantesca tarea de componer el libro que terminaría siendo Finnegans Wake. Y como su visión era muy débil debido a un galopante glaucoma, contaba con estos jóvenes admiradores para hacerle mandados, consultar fuentes en las bibliotecas, a veces leerle textos o hasta tomar dictado. De ahí, tal vez, surgió la versión errónea de que Beckett había sido “secretario” de Joyce. Beckett nunca lo fue, ni jamás tuvo vocación de secretario de nadie. Pero sí fue recibido en el círculo familiar del ya célebre autor de Ulises, quien reconoció el talento del muchacho, su coterráneo, y quiso tenerlo cerca. Beckett, por tanto, se encontraba constantemente en compañía de Lucia, una joven atractiva aunque de una gran inestabilidad emocional. De hecho, iba a terminar en un instituto para personas con problemas mentales, donde pasaría el resto de sus días. Al inicio, sin embargo, no se notaba la gravedad de sus problemas, y Beckett, siempre cortés, estableció una buena amistad con ella. Pero cuando se hizo evidente que la joven se estaba enamorando, Beckett se retiró y durante un buen tiempo dejó de visitar a la familia. (los gentlemen son así) Según algunos autores, Joyce se molestó con el desaire, y Brenda Maddox, en su libro Nora sobre la esposa de Joyce, llega incluso a decir que fue considerado persona non grata y virtualmente expulsado de la casa.

"Sea como fuera, los dos escritores dublineses se reconciliaron y retomaron su amistad unos años más tarde, cuando Beckett regresó a vivir en París de forma permanente." (los verdaderos gentlemen saben mantener sus amistades). 


"Simultáneamente, dicen sus biógrafos, mantuvo relaciones con al menos dos mujeres más. Relaciones bastante vacías, seguramente, porque para Beckett, según Peggy, el sexo sin amor era como “café sin coñac”.  (old fashioned, lovely, intense man) Para ilustrar lo dicho, después de una de aquellas noches de sexo desenfrenado, Beckett fue a su pieza y escribió las siguientes líneas:

Ellas llegan
diferentes e iguales
con cada una es diferente e igual
con cada una la ausencia de amor es diferente
con cada una la ausencia de amor es igual."
(siempre es bueno recordar porque Beckett es tan genial). 
"El texto aparece en una recopilación de sus poemas. Y fue Peggy Guggenheim quien dejó un retrato verbal de cómo era Beckett en aquella época: “Un irlandés alto, de unos treinta años, flaco y desgarbado, con grandes ojos claros que no te miraban. Llevaba gafas y siempre se veía como abstraído, evidentemente dedicado a resolver algún problema intelectual. (Já, el escritor más abstracto del mundo se abstraía; seguro que ponía cara de cuadrado blanco sobre cuadrado blanco). Hablaba poco y jamás decía sandeces. Era en extremo cortés, pero algo torpe. Se vestía mal, se ponía un traje francés que le quedaba estrecho. (pufff, lovely, lovely guy) No tenía vanidad alguna en cuanto a su apariencia. Era un intelectual puro”.


"Beckett siempre tuvo lo que llaman “éxito” con las mujeres, lo cual no debe sorprender. Su alta y delgada figura llamaba la atención, y poseía cualidades que muchas mujeres encontraban irresistibles: sus silencios, un cierto aire de misterio, y una cortesía de viejo estilo que las cautivaba." (acá la posta para la seducción)

lunes, 21 de noviembre de 2011

happy reading: "el amor por la otra lengua" en el porvenir de la revuelta, de julia kristeva.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Las cosas que he escuchado II

Aquí, un update con nuevos ingresos a la lista anterior:

-¿y la casa?
-¿y los hijos?
-tu analista dice eso porque está enamorado de vos.
-te cuento de un trabajito, uno para el pro, así te ven como uno de los suyos y te llaman.
-¿y los hijos?
-yo sé que un domingo a las 5 de la tarde te puedo llamar si estoy mal.
-sos una mujer grande.
-pero estás al pedo.
-¿y los hijos?
-lo que pasa es que hay muchas mujeres machistas.
-yo realmente no tengo intenciones de ningún tipo.
¿y la casa?