El Gato Mazzeo —mi maestro de literatura, mi amo y señor, Herr Professor— me dijo la última vez que hablamos por teléfono que tengo que escribir. Bah, dijo que no tengo que dejar de escribir. Que, más allá de los grandes textos que uno pretende escribir o, al menos, esos pequeños textos donde uno pone las fichas —llámense cuentos, novelas, poemas, blah— hay que seguir escribiendo misceláneas. Cosas, cositas al margen, notas, apuntes, frases, posts en el blog, lo que sea. Que hay que ejercitar. Que en la práctica se hace el escritor. Que, después, todo ese sudor y lágrimas decanta en los textos que ambicionamos literatura.
¿Cómo era aquella frase? ¿El guerrero se hace en la lucha? ¿Diez por ciento de inspiración, noventa por ciento de transpiración? ¿Algo del entrenamiento y no sé qué? El punto es… escribir y escribir. Extensión. Extenderse a lo largo de esa azarosa estructura que se va haciendo mientras seguimos tipeando. Y mientras seguimos transpirando y lagrimeando. ¿Y todo esto para qué?
Barthes tiene un concepto pertinente para este asunto: Momento de Verdad. Escribimos con la esperanza, con el anhelo de que en el texto aparezcan Momentos de Verdad. Aguantamos oraciones perfectamente puntuadas, párrafos de innegable belleza gramatical, diálogos ingeniosos, comas bien puestas, repeticiones adrede, cadencias, resoluciones estilísticas, buen manejo del tiempo, decisiones sobre el punto de vista, todo, todo esto y más, sólo para que ocurran, sucedan los Momentos de Verdad. Y dice Barthes acerca de estos momentos tan preciados en un texto literario:
En el plano del tema. “Momento de Verdad: desgarramiento emotivo, grito visceral (sin expresión histérica): el cuerpo se reúne con la metafísica (el conjunto de los sistemas que intentan trascender el sufrimiento humano).”
“En el Momento de Verdad el sujeto (leyente) toca el ‘escándalo’ humano: que la muerte y el amor existan al mismo tiempo.”
En el plano de la escritura. “Momento de Verdad: solidaridad, complicidad, firmeza del afecto y de la escritura, bloque intratable.”
“El Momento de Verdad no es develamiento, sino por el contrario surgimiento de lo ininterpretable, del último grado del sentido, del después de lo cual no hay nada que decir: de allí la filiación con el haiku y la Epifanía —los dos planos (el del sujeto que sufre y el del sujeto que lee) forman uno en el nivel de una noción: la Piedad.”
“Momento de Verdad: cuando la Cosa misma es alcanzada por el Afecto; no hay imitación (realismo), sino coalescencia afectiva.”
En algún momento de la conversación en la que el Gato me instó a seguir escribiendo, dije: “Escribir y enamorarse son la misma cosa”. Aguantamos con la paciencia de un monje todos los “Hola, ¿cómo te llamas?”, “Mañana”, “Puede ser”, “Qué lindo”, “Ajá” de nuestras vidas con el anhelo, la esperanza, de que ocurra algún Momento de Verdad. Soportamos todas nuestras miserias, humillaciones, rutinas, presiones, destratos, con la ilusión de que algo trascienda, se escurra, se filtre de esa gramática de las relaciones que hemos construido entre desazón y desazón. Aspiramos a ese bloque intratable, a ese grito visceral, a esa cosa que pasa cuando dos personas se encuentran. Cuando se encuentran. No mímicas, no puestas en escena, no monólogos autoparlantes o, como dicen Iggy Pop y Kate Pierson en “Candy”: not games. Vínculos, relaciones, estructuras con momentos de solidaridad, complicidad, coalescencia afectiva. Con Momentos de Verdad.
Por eso uno se arroja a la escritura, por eso uno se arroja a los brazos de otro. El escritor se hace en la lucha y el amante se hace en el cuerpo del otro. Sin ensayo y error no hay literatura. Y no hay amor.