miércoles, 18 de junio de 2014

A fish out of water


Obra de Deborah Hamon

A fish out of water fue el nombre que le puse a la monografía que escribí sobre Terence Rattigan. Hace unos años, me di el gusto de cursar Literatura inglesa. El programa de ese año era sobre teatro. Sino fuera por eso, no hubiera conocido a mi dramaturgo preferido, autor de unos cuantos melodramas fantásticos. Entre esos melodramas, yo elegí Deep Blue Sea: una mujer separada, deprimida y enamorada de un borracho, intenta suicidarse y es rescatada por un vecino misterioso y solitario. En algún momento de la obra, la mujer se define como un pez fuera del agua.
El proyecto narrativo en el que estoy trabajando ahora se trata de una serie de cuentos que tienen como materia prima el exilio y la vuelta a la Argentina de mi familia y yo. Como retazos que aparecen muchas veces primero en sueños, luego en conversaciones con mi padres y por último en dichos cuentos, está la niña judía que fui aprendiendo a rezar el Padre nuestro en el colegio católico de Caracas y la prepúber extranjera en Buenos Aires que hablaba como Abigail y volvía a casa lastimada porque había que defenderse de los chicos que se burlaban. Un pez fuera del agua.
Claro que, como en el teatro, un pez fuera del agua puede ser dramático o cómico. En las clases de Ritmos Latinos, el profesor se mueve como en trance mientras las chicas siguen los pasos exaltando sus cuerpos elásticos. Bailan y saltan sin perder la memoria de la coreografía, siguen los tiempos y hasta sonríen con la mirada en alto. No es mi caso. Trato de copiar al rato que freno y espero que pase la parte complicada del giro. Me sumo de nuevo y voy a la derecha cuando extrañamente el grupo se mueve a la izquierda. Todo de nuevo, dice el profesor, y ahí estamos otra y otra vez tratando de ir a la par del grupo. Cada vez que me voy, agradezco que nadie me conozca.
Como sea, una mujer deprimida y borracha, una niña extranjera, unos padres aguerridos, un papelón en danza, es cuestión de seguir moviéndose, andar y andar, y hacer que ese océano feroz se convierta en algo tuyo.


lunes, 26 de mayo de 2014

El paraíso

El bebé miraba a cada mujer que entraba. Luego volvía a mirar a las que estaban más cerca, las que se desvestían a un metro de él. Observaba cómo se desabrochaban el corpiño y se subían la malla. Se reía. Por todos lados, mujeres que iban y venían, desnudas, semidesnudas, en malla, en remera, en toalla. Entraban, salían. Cada una de ellas reparaba en él. Le sonreían. Algunas, incluso, le hablaban, lo festejaban. Su mamá también se estaba preparando para ir a la pileta con él. Era impresionante lo bien que se portaba. Cómo se reía. Su cabecita monitoreaba todo lo que pasaba en el vestuario. Toda esa diversión antes de entrar al agua era para él el paraíso de la teta.