viernes, 27 de junio de 2014
miércoles, 18 de junio de 2014
A fish out of water
Obra de Deborah Hamon
A fish out of water fue el nombre que le puse a la
monografía que escribí sobre Terence Rattigan. Hace unos años, me di el gusto
de cursar Literatura inglesa. El programa de ese año era sobre teatro. Sino
fuera por eso, no hubiera conocido a mi dramaturgo preferido, autor de unos
cuantos melodramas fantásticos. Entre esos melodramas, yo elegí Deep Blue Sea:
una mujer separada, deprimida y enamorada de un borracho, intenta suicidarse y
es rescatada por un vecino misterioso y solitario. En algún momento de la obra,
la mujer se define como un pez fuera del agua.
El proyecto narrativo en el que estoy trabajando ahora
se trata de una serie de cuentos que tienen como materia prima el exilio y la
vuelta a la Argentina de mi familia y yo. Como retazos que aparecen muchas
veces primero en sueños, luego en conversaciones con mi padres y por último en
dichos cuentos, está la niña judía que fui aprendiendo a rezar el Padre nuestro
en el colegio católico de Caracas y la prepúber extranjera en Buenos Aires que
hablaba como Abigail y volvía a casa lastimada porque había que defenderse de
los chicos que se burlaban. Un pez fuera del agua.
Claro que, como en el teatro, un pez fuera del agua
puede ser dramático o cómico. En las clases de Ritmos Latinos, el profesor se
mueve como en trance mientras las chicas siguen los pasos exaltando sus cuerpos
elásticos. Bailan y saltan sin perder la memoria de la coreografía, siguen los
tiempos y hasta sonríen con la mirada en alto. No es mi caso. Trato de copiar
al rato que freno y espero que pase la parte complicada del giro. Me sumo de
nuevo y voy a la derecha cuando extrañamente el grupo se mueve a la izquierda.
Todo de nuevo, dice el profesor, y ahí estamos otra y otra vez tratando de ir a
la par del grupo. Cada vez que me voy, agradezco que nadie me conozca.
Como sea, una mujer deprimida y borracha, una niña
extranjera, unos padres aguerridos, un papelón en danza, es cuestión de seguir
moviéndose, andar y andar, y hacer que ese océano feroz se convierta en algo
tuyo.
lunes, 26 de mayo de 2014
El paraíso
El bebé miraba a cada mujer que entraba. Luego volvía a mirar a las que estaban más cerca, las que se desvestían a un metro de él. Observaba cómo se desabrochaban el corpiño y se subían la malla. Se reía. Por todos lados, mujeres que iban y venían, desnudas, semidesnudas, en malla, en remera, en toalla. Entraban, salían. Cada una de ellas reparaba en él. Le sonreían. Algunas, incluso, le hablaban, lo festejaban. Su mamá también se estaba preparando para ir a la pileta con él. Era impresionante lo bien que se portaba. Cómo se reía. Su cabecita monitoreaba todo lo que pasaba en el vestuario. Toda esa diversión antes de entrar al agua era para él el paraíso de la teta.
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