(texto leído en el varieté literario del cc matienzo)
Frente a la consigna de
escribir algo acerca del concepto de revolución y, más precisamente, la
revolución propia, en su momento, tuve varias ideas que me entusiasmaron y
luego descarté o, más bien, ellas se descartaron. Había pensando en principio
tomar la idea de revolución con respecto a las mujeres y había imaginado un
texto gracioso sobre las vicisitudes de ser mujer y enfrentar en muchas
ocasiones cotidianas situaciones increíblemente absurdas y ridículas en pleno
siglo XXI. En otro momento, había considerando tomar la posta desde el aspecto
de la escritura en sí; nada más revolucionario en un sentido personal que escribir.
Digo, escribir específicamente bien, en el sentido gramatical y sintáctico. Hay
algo en la mente que se vuelve a tejer, a configurar, como consecuencia de
poder escribir y expresarse correctamente.
Pero, sinceramente, nada de
esto me pareció suficientemente atractivo para escribir. De lo que sí estaba
segura era de que no quería tomar la palabra revolución es su acepción más
clásica, o más típica, que es la política y social. Y además, tampoco quería
pensarla como algo productivo o positivo per se.
Se me ocurrió entonces, comentarle a dos amigos lo que
quería hacer con revolución. Uno me acusó de banal, el otro estuvo más medido.
Por supuesto que el que me tomó por banal era el que creía fervorosamente en
una única posible interpretación de la palabra revolución: la política y social
que trae cambios positivos o, al menos, se hace con la expectativa de generar
nuevas relaciones sociales. Mi otro amigo, con respecto a la idea de revolución
fue un poco más escéptico; simplemente se pronunció citando la frase que dice
“cambiar algo para que todo permanezca igual”.
Se generó una discusión en
torno al significado de revolución, acudimos al maravilloso diccionario de mi
amigo escéptico y, entre las varias definiciones de revolución, apareció la que
más se acercaba a mi idea. Mi amigo dijo: “acción y efecto de revolver o
revolverse”. Y ahí estaba esa palabra hermosa: “revolverse”. Algo que sucede
adentro con uno mismo. Me revuelvo. Estoy revuelta. La palabra simplemente como
un concepto, un artefacto, una maquinita, una estructura, un funcionamiento que
se pudiera aplicar a otras cosas. Lo que trataba de decirles es que la
melancolía también podía verse como un estado revolucionario. ¿Qué otra cosa
nos da vuelta en todos los sentidos sino un profundo y repentino sentimiento de
tristeza? Algo que nos subvierte, que nos desordena y nos altera nuestro modo
de estar y sentir la vida.
Si por revolución podemos
entender efecto de revolverse, cambio rápido y profundo en cualquier cosa (a
veces de manera violenta), rotación de un cuerpo alrededor de otro, entonces
puedo decir que la melancolía es una cambio violento en nuestra manera de
sentir. Todo se mueve, qué dudas hay. Se nos mueve el piso, miramos para atrás
y las cosas de pronto parecen terriblemente intensas, importantes, enormes,
trascendentes, alejadas, perdidas. De golpe, apreciamos infinitamente un
cuadro, un regalo, la remera de un ex, el teléfono que suena, el silencio, una
lechuga verde fosforescente en nuestra heladera, nos sentimos conectados a las
cosas, a la vida de una forma diferente, la lechuga nos parece intensamente
viva, pensamos en la vida de la lechuga, cómo hizo esa lechuga para terminar en
una heladera, sentirá algo si me la como, qué sentido tiene comerme la lechuga
ahora y no después, por qué debo comer lechuga, es cierto que la lechuga aporta
calcio, y así al infinito. Todo se potencia, hay una intensidad furiosa en la
tristeza y una atención enorme en cosas nimias. Como si la mirada en vez de
proyectar para adelante proyectara para atrás. Y estamos varados en medio de
una isla, a solas, rodeados de olas y olas de sin sentido. Nuestra vida
cotidiana está tomada por este estado revolucionador; ahora nos toca salir a
trabajar con la mirada en el piso, alguien te pregunta en la oficina; ¿che, boluda,
te pasa algo? ¿estás deprimida? Y vos, con la mirada aletargada respondés: no,
estoy revolucionada. Y es así. Como un lavarropas en centrifugado en nuestro
estómago y nuestra mente que se apodera de todo. Empiezan las preguntas
circulares, las batallas insulsas, los amados que se los ama más intensamente
al rato que se los odia, una moneda que falta para el colectivo nos deja a la
intemperie en medio de la calle, una pregunta como ¿qué hora es? se vuelve un
problema filosófico. La gente empieza a preocuparse y vos pensás, sólo pensás,
que simplemente tenés derecho a transcurrir en ese revoltijo interior que
tantas veces hace que las cosas se acomoden de formas inesperadas. Además, la
tristeza no es tan improductiva como algunos dicen. Hay toda una corriente de
pensamiento que dice que en esos estados algunas personas tienen cierta pulsión
poética. Y sí, no es la única manera, pero es una de las maneras posibles que
tantos poetas nos ha dejado. Por eso, revolución para mí es revolverse en los
estados más complejos de las sensaciones y, claro, resurgir con la misma fuerza
que nos hundió, para volver a andar por la vida livianos, felices y con una
mirada de las cosas novedosas.