Mamá tenía un don para predecir el tiempo. Por ejemplo, la vez de la playa.
Habíamos ido, ella y yo, caminando hasta la costa, ella con una canasta, yo con la lona a rayas. Nos sentamos cerca del mar. Estaba tranquilo. Las manos de mamá estaban apoyadas contra el piso. Se le marcaban las venas y sobresalían entre los granos de arena que tenía pegados a la piel. Su cara estaba tensa. La boca se le arqueaba para abajo, quizás era un tic. Llevaba puesto un pañuelo negro en la cabeza, decía que así se protegía del sol y del viento. Que la naturaleza era impredecible.
Al rato, comenzó a hablar de papá. Lo de siempre. Que era un vago, que no servía para nada, que no sabía por qué estaba con él. Yo me mantenía en silencio, pero, a medida que hablaba, me iba enfureciendo. Lo último que le escuché decir, antes de dar su veredicto del tiempo, fue que papá era un perdedor. Después sacó una de las manos de la arena, se miró las uñas rotas y dijo: “Está oscuro, va a llover”. Yo hubiera jurado que no, si hasta podía ver algunos rayos de sol sobre el mar, pero mamá, con la seguridad de alguien que sabe lo que dice, se arregló el pañuelo y se levantó. Yo la seguí. Después, dijo algo como “qué pelotudo que es tu padre”. Y, entonces, se largó a llover.
3 comentarios:
Cada día mejor esa voz tuya.
Si
Hola, gracias! Es de lo que estuve escribiendo este año.
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