Olga M
En su recuerdo eran los cangrejos los que pinchaban a la orilla del mar caribeño, la gimnasia acrobática del club Hogar Hispano de Caracas y la vecina dueña de una perra llamada Cacrina, “Ca de callejera, cri de criolla, na de nacional", la misma perra que le dejó una cicatriz en el brazo derecho cuando intentaba salvar a su perra Federica de las mordidas feroces de Cacrina. Entre iguanas, tortugas y caninos, que se alojaban en el jardín de la casa familiar, la niña aprendió a ladrar, e incluso, se dice, pasaba varias noches aullando con otros perros del barrio. Olga M fue educada a la manera en que se hace un collage: entre los 5 y 7 años de edad asistió a los más diversos colegios caraqueños rodeada de matas y clases religiosas: un año a colegio de monjas y luego un año a colegio judío. Confundida, Olga M estaba convencida que Dios era a imagen y semejanza de Peter Pan versión dibujitos animados. Desconocía el invierno. Sus padres, que venían del país de las vacas, decidieron traerla a Buenos Aires, en aras de conocer a su familia. Olga M conoció a su abuela Perla, que la llenó de collares de piedra y maquillaje Pupa. Una casa habitada de estatuillas de porcelana y manteles a flores.
“Cuadro de fútbol”, “Palito Ortega” y “Jujuy” fueron vocablos que aprendió con el tiempo. La perra Federica, que llegó por avión embalada en una caja, se parecía a una vaca. A un Holando Argentino. Una vaca venezolana que hacía guau y grrrrrrr. Tanto a Federica como a Olga, el invierno les disgustaba y añoraban juntas, a los aullidos, el calor de las islas, el sonido de las chicharras, el queso a mano y las calles de arena apalmeradas.
Afortunada de tener a Federica de superamiga, Olga M se adentró en las aventuras que le depararon el “Úrsula”, una escuela pública de Palermo donde fue decorada en el pelo con chicles masticados a los que respondía con llanto o puñetazos. Acostumbrada a los viajes, Olga viajó toda la ciudad y más, durante su adolescencia: Once, La Boca, Floresta, Ciudad Evita, Chacarita, Constitución, San Justo, Villa Luro. Coleccionó y dibujó mapas de Buenos Aires durante sus meses a pie de cadeta. Sin embargo, Olga nunca dejó de perderse por la ciudad. Federica tampoco.
Su juventud voló en aviones que la llevaron en mochila por Europa junto a un noviecito checo calco de Luke Skywaker. Al volver, Olga M se enamoró de un niño ostra que le rompió el corazón. Tras una ruptura tormentosa, perdió varios kilos y lágrimas y se dedicó de lleno al trabajo.
Olga M sigue confundida mirando mapas, jugando al chaski boom con su corazón de hojalata y añorando los aviones.
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11 comentarios:
uy me gusto eso... yo tampoco me pierdo en la cuidad
y algo parecido a chasquiboom hace muy heart
bye
Olga M es en su inconstancia geografica extremadamente argentina. Su perra es Florencia, ¿porque es una perra?
el año pasado a fin de año me regalaron chaskibooms.
es una perra porque hace guau guau guau
yo hago muuuuuuuuuuuuuuu!!!
Cosiitaaa!! (huy! estoy pasando demasiado tiempo con el gato) ehm... quise decir... muy lindo posteo, srta...
miauuuuuuuuuuuuuu
olga mu,
no está nada mal está vida
de collages y mapas!
me encantó el olga mu, es perfecto.
me gustó mucho la historia de Olga Mu
salutti
gracias emmapeel,
muuuuu
A mí también.
Extrañé venezuela aunque nunca estuve. Sin inviernos. Y no volvió olga mu al mar caribeño?
no!!!
es un plan, un proyecto, olga mu debería volver y visitar las calles y barrios de su infancia.
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