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Estuve sacando unas fotos en mi casa y mirándolas me dí cuenta que en una de ellas aparece la bandera argentina colgada.
¿Cómo llegó eso aquí?, me preguntó una vez cuando la vió colgando del perchero. Y bien... pensé en decirle lo siguiente (mi amiga considera que yo no quiero tener hijos, que nunca ví fútbol y que nunca me compraría una bandera argentina. Se equivoca en todo):
La tengo por el mundial de fútbol. Sí, el del año pasado. Me la compré y me la puse en la espalda, cual capa, una de las veces que jugó Argentina. Me había bajado del bondi para ir a casa a ver el partido, y me la compré justo en la esquina. Después subí y pedí empanadas (solo a mi se me ocurre pedir empanadas en este país a 10 minutos de empezar el partido, y pensar que alguien me va a tomar en serio) para mí y para Gladys. Vimos el partido juntas, el único tema fue que Gladys puteaba en peruano, usando unas palabras y tonos que nunca escuché antes en mi vida, me agarraban ataques de risa y nervios, y me desconcentraba. Lo que ocurre, es que para mí el mundial tiene su cosa. Cuando vivíamos con mi familia en Caracas (mi ciudad natal y toda mi infancia), vimos México 86 con otros amigos argentinos exiliados en Venezuela. Cuando ganamos, no sabés lo que fue el festejo. Salimos a la calle con el auto y con los amigos argentinos a tocar bocina, y nos topamos con una enorme tranca (tráfico en venezolano) de autos, bocinazos, argentinos y venezolanos borrachos bailando en las avenidas, papelitos, silbatos. Pura fiesta. Un momento argentino en pleno caribe caraqueño. Tengo imágenes dispersas, yo tenía 8 años, y entendía que en ese momento estaba sucediendo algo muy importante para todos los reunidos en ese encuentro.
Luego vino la vuelta (para mis padres) y la llegada (para mi y para mi hermano) a la Argentina, y con eso, la primera vez que me preguntaron en Buenos Aires “¿de qué cuadro sos?”. Ignorante y curiosa del asunto, pedí que me explicaran que era un “cuadro”, en primer lugar, y cuando me enteré (porque sí había entendido el imperativo de que había que ser de algo, o porque quizás, estaba probándome los trajes de mi nueva identidad argentina. Una identidad que carecía en ese entonces de Carlitos Balá, un aprendizaje tardío del himno nacional, haciéndose un lugar entre el “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó” del himno venezolano, un desconocimiento de las provincias argentinas, y muchísimas otras cosas más, si es que esto forma una parte importante en la construcción de una identidad. Una identidad a la que le sumé el pasaporte polaco, una identidad con cierto desapego por sus símbolos) pedí que me enumeraran los existentes. De todos los cuadros de la A y la B nombrados, opté por Racing, porque sí, porque me daba igual, por azar, o porque me gustó como sonaba y los colores que lo identificaban.
La primera vez que fui a una cancha, entonces, fue en River, en un partido por demás tranquilo, con muy poca gente, contra Platense. Nos llevó mi padre a mi y a mi hermano, para que viésemos. Mi sensación fue que yo me encontraba sentada en una enorme bandeja con un fondo verde aterciopelado, donde se dispersaban unas miguitas multicolores movedizas.
Al entrar a la secundaria, sostuve mi elección futbolística en base a nada, y solo por el gusto de ser fiel a mi descomprometida elección cuando me proclamé de Racing al llegar al país. Así fue que me hice muy amiga de Mariana, terrible hincha de Racing, y de Geraldine, moderada hincha del mismo. Cierto momento del año 96 nos reunió en la cancha de Avellaneda, para ir a ver juntas el clásico Racing-Boca. Me la pasé casi todo el partido, de espaldas, mirando la hinchada, la gente, observando las caras, los gestos, escuchando los gritos, las puteadas, los cánticos (“Brillará blanca y celeste la Academia Racing Club, y la Acade…"). Porque eso es lo que suelo hacer cuando concurro a eventos masivos, pero con la diferencia de que en los recitales sí me dejo intimar por los roces, porque no queda otra, por los saltos, por el festejo, por el baile, metida entre la gente. No llego a decir que sí al pogo, creo que al único al que fui convocada, arrastrada por mi hermano fue en una mega fiesta de cumpleaños de un primito (y éste es uno de los hechos que me da vergüenza ajena de mí misma), donde tocaba una banda de covers para adolescentes. Resulta que hacía mucho tiempo que mi hermano y yo no nos dirigíamos la palabra, y en plan de reconciliación, mi hermano se encargó de emborracharme durante toda la fiesta, proveyéndome de diversas y abundantes bebidas. En un momento los niñitos de 13 años, compañeros de nuestro primito, se juntaron en el medio del salón y desplegaron un importante pogo, al cual mi hermano no tuvo mejor idea (porque esto ocurrió hace poco, y la verdad es ya estamos grandes) que llevarme con él, para, entendí, decirme algunas cosas pendientes, claro, a su manera, antes de hacernos amigos nuevamente.
Pero el asunto al que yo quería llegar, era a lo que ocurrió luego de que finalizó el partido Racing-Boca, el cuál ganó alevosamente Racing por una goleada de 4 o 6 goles (no recuerdo exactamente). La vuelta en medio del triunfo racinguista, no fue sencilla, ya que los hinchas de Boca, estaban por demás furiosos. Nos tomamos algún colectivo en la avenida, y una vez adentro, en un semáforo que nos detuvo por un rato, un fanático de Boca nos apuntó a revólver en mano, desde la calle y a pocos centímetro de las ventanas abiertas del vehículo. Uno de los racinguistas del bondi, uno grandote, quiso bajarse para agarrarlo y cagarlo a trompadas, si es que no lo mataban primero. Todos comprendimos la situación, y nos arrojamos al piso, rogando que el colectivero arranque, pero el colectivero no arrancaba, y yo, asustada, solo se me ocurrió pararme y gritar: “Estoy embarazada!”, y pedir por favor que arranquen ya. Por suerte el señor colectivero se apiadó de mi supuesto embarazo, y salió velozmente. Creo que logré que el tipo no se baje a pelear con el sujeto armado, que no nos caiga un tiro de rebote, y bueno, también logré que me cedan el asiento.
Pero la verdad es que Racing en mi vida bien podría ser nada más que una elección acertada, si se tratase de construirme como un personaje loser. Lo que quiero decir, sencillamente, es que no miro fútbol, no tengo la menor idea de que posición ocupa Racing en la tabla, salvo por algunas excepciones como mirar el mundial, y no siempre. Han ocurrido mundiales en los cuales me he comportado apática y fobicamente, como en el del año 1998, en que me indignaban todos los comerciales que incluían la palabra fútbol o Argentina, lo cual quiere decir que me indignaban casi todos los comerciales de ese entonces.
Pensé en decirle todo esto. Y en parte se lo he dicho, de a fragmentos. Pero resumí y respondí:
Tengo la bandera por el mundial, porque cuando es el mundial, yo hincho por la selección argentina (hasta ahora los venezolanos no me han puesto en una encrucijada porque apenas si llegan a clasificar para algún mundial). Y eso también era cierto.
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5 comentarios:
Suerte la suya: yo saqué una foto de mi casa y apareció el fantasma del antiguo dueño, muerto veinte años atrás.
consejo:
opción 1) se pregunta que anda pasando en su vida con respecto a "lo otro" con tanta historia de extraterrestres y ahora de fantasmas.
opción 2) escribe un post en su blog que comience: "Estuve sacando unas fotos en mi casa y mirándolas me dí cuenta que en una de ellas aparece el fantasma del antiguo dueño, muerto veinte años atrás". Y hace una cronología de todos los fantasmas de su vida.
Me parece que voy a optar por la opción 2), a la larga termina siendo más productiva...
uno podrá decir que las mujeres no saben nada de fútbol; pero cuanto saben de lograr lo que quieren. Se hace de Racing, casi la tirotean y SIN EMBARGO, viaja sentada.
Así es PH, así es. No hubiese estado de más que me trajeran un daikiri mientras me abanicaban, también.
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